Murano recobra el esplendor del vidrio en su museo renovado
Las esculturas talladas en vidrio como si se tratase mármol, obra del artista Luciano Vistosi. Y, además, con un lujo casi inexistente en toda Venecia: dos ascensores. La historia del vidrio, como se narra en el Museo de Murano, inició hace más de cuatro mil años en la orilla de un río en Siria. Sus difusores, no obstante, fueron los romanos. En plena Edad Media, el comercio de Venecia con el Medio Oriente contribuyó al auge de las vidrieras en la ciudad de los canales. Ya en el siglo XIV existían 12 fábricas, pero debido a los constantes incendios fueron trasladadas a la isla de Murano.
Aquí se exponen las creaciones del gran genio muranés Angelo Barovier (1405-1460), padre del vidrio cristalino. Con Barovier, Murano vivió sus años dorados, pues las botellas transparentes decoradas con esmaltes polícromos se convirtieron en el capricho de la nobleza veneciana y europea y de los papas. El virtuosismo de los maestros de Murano empezó a ser una marca de la casa. En el siglo XVI inventaron las complejas ejecuciones a mano libre, una técnica que todavía hoy distingue las creaciones de la isla. Tras la peste de 1630, se inició el éxodo de los maestros muraneses hacia otras ciudades en Europa. Pero la habilidad artesanal y la capacidad alquímica de crear objetos se resistieron a morir.
En el museo, la mirada se detiene en otra invención muranesa: tres lámparas enormes con múltiples brazos de cristal, decoradas con flores y hojas, idea de Giuseppe Briati (1686-1772). Son tres maravillas, delicadas, hermosas y costosísimas. Y el centro renovado también expone algunas de las obras más célebres de Carlo Scarpa. Con su aporte creativo, el arquitecto veneciano abrió paso en los setenta a que el vidrio dejara de ser ligero y produjera piezas consistentes y pesadas como el plomo.